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Novela: La Promesa del diablo
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En su pensamiento habita el duende del mal como el ángel rebelde que tiene sus dominios en el destierro. No hay en su alma ninguna luz, ni piedad ni misericordia para sus víctimas.
Avance del primer capítulo
Jeff entra en una pequeña librería y se dirige a una mujer joven que atendía al público.

– Le compré este ejemplar hace dos años y verá... tengo un problema con él.

– ¿No le ha gustado? – Le contestó cogiendo el libro, esperando una respuesta de desaprobación para devolverle el dinero inmediatamente.

– No, no se trata de eso. El libro es magnífico, de una edición muy valiosa de 1666, pero falta una página. No se aprecia con facilidad porque no fue arrancada de forma brusca. Si lee la hoja anterior, verá que el texto es incoherente y luego, si examina con atención, observará que, efectivamente, fue cortada a propósito.

– Es un hecho lamentable, pero común. Mi padre cuidó que todas las obras llegasen en el mejor estado posible. Se necesita de cierta humedad, no les gusta que los aprisionen demasiado. Dejamos que las hojas respiren y un par de veces al año los aireamos un poco. Evitamos que la luz del sol los dañen aún más. 

– Habla de este volumen como si tuviese vida.

– ¿Cómo se sentiría usted si fuera a cumplir trescientos treinta y dos años?.

– Pero... 

– ¡No lo abra del todo! – Le interrumpió, poniendo las manos sobre las suyas -. Fíjese en esta caligrafía, cada palabra tiene una personalidad que la destaca. Aunque no comprendiera latín, se daría cuenta de la belleza de la frase: Gloria in Deum y la cruz del final de la frase que glorifica el nombre del Señor. El autor debió ser un hombre joven, con el pulso firme, meticuloso y limpio. Ni un borrón, ni una tachadura, ni un cambio en la grafía. Todo está ensayado para no desperdiciar ni papel ni tinta. No lo dude, señor, en los detalles se aprecia una obra de arte y se necesita tiempo y maestría, cualidades que disponía el hombre que lo escribió. Mire estas dos páginas. ¿Qué ve?.

– La letra es distinta, aparece más apresurada y ladeada. – respondió Jeff buscando más diferencias.

– Se trata de otra persona.

–  Quizá el primero tuvo que dejarlo por enfermedad, un viaje o simplemente murió. 

La mujer sonrió y, sin bajar la mirada, pasó bastantes páginas hasta que, señalando una palabra, le dijo:

– No murió. Aquí vuelve nuestro joven escribano a terminar su trabajo. Nunca sabremos que hizo durante todo ese tiempo.

 mi deseo contactar con editoriales con el fin de establecer un acuerdo de publicación de mi novela


A todos mis amigos de Internet. Con  especial afecto a mis lectores que comparten el breve instante de una historia.

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Última actualización: noviembre de 1.999